Los rayos X fueron descubiertos en noviembre de 1895 por un persistente físico alemán llamado Wilhelm Conrad Röntgen.
En ese momento experimentaba con la impresión de placas fotográficas y con la luz producida por un antecesor de los tubos fluorescentes de hoy: el tubo de Crookes.
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Una tremenda subida de tensión eléctrica hizo saltar todo el experimento por los aires, y Röntgen, para poder continuar con su trabajo, tuvo que usar unas nuevas placas fotográficas que tenía guardadas en un cajón cercano. Pero, al revelar estas placas, aparecieron impresos los objetos que las tapaban dentro del cajón. Así dedujo que la luz de la subida de tensión previa había atravesado los cajones y los objetos hasta llegar a impresionar las placas.
Röntgen se encontraba ante una inquietante “luz” invisible al ojo humano que era capaz de atravesar objetos sólidos y al mismo tiempo impresionar las placas fotográficas. El fenómeno constituía una incógnita para las teorías de la física ondulatorias clásicas del momento. Por eso, decidió bautizar esas radiaciones como ”incógnitas o desconocidas”, dado que en física y matemáticas la letra "X" designa una incógnita en cualquier ecuación. Así es como se las conoce en todo el mundo.
Como nota curiosa cabe señalar que el halo de misterio que al principio envolvía a los rayos incógnita fue una de sus primeras aplicaciones y motivó que fueran exhibidos en circos ambulantes, donde se mostraban como uno de los enigmas de la naturaleza.
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